"Es la música que hay en nuestra conciencia, el baile que hay en nuestro espíritu,
lo que no quiere armonizar con ninguna letanía puritana, con ningún sermón moral..."
(Nietzsche: Más allá del bien y del mal, 216)


La ilusión del Abismo

por Benjamin Rowe




La palabra "abismo" ha tenido un amplio uso en la comunidad ocultista, con muchos significados diferentes. Según los lugares y ocasiones, se ha usado para representar cosas que van desde el infierno cristiano hasta la angustia existencial. En este siglo, y entre los muchos ocultistas influidos por Aleister Crowley, el término ha adquirido un significado especialmente relacionado con el proceso de trascendencia, con los eventos asociados a la trasformación de la consciencia de la persona desde un estadio individualizado a un estadio trascendental o "iluminado". Crowley llamó a este proceso "Cruzar el Abismo".

La descripción del proceso que hace Crowley es altamente dramática, y del mismo modo idiosincrásica. También es extremadamente vaga, pues consiste en unos cuantos símbolos y metáforas que él usó a lo largo de su vida y que nunca intentó ampliar o explicar, ni tampoco exponer en detalle la relación entre los niveles de existencia humano y trascendental. Tal vez esta imprecisión sea la razón de su popularidad: todo esto suministra una imagen simple, fácil de asumir, aunque pueda estar equivocada.


Crowley entendía el "Abismo" como un hueco literal en la materia de la creación, que separa los niveles humano y divino de existencia. Describe este hueco como una región de nulidad y terror, en la que todo lo que entra es hecho pedazos. (En esto sólo sigue un antiguo tema de la tradición cabalística hebrea.) Para alcanzar la iluminación, el mago debe "saltar" dentro de este Abismo, donde su identidad humana será desgarrada y destruida. Si consigue el suficiente impulso en su subida hacia los niveles divinos, la chispa divina que hay dentro de él (liberada de sus lazos con la identidad humana) será llevada al otro lado del hueco, para convertirse en un Maestro del Templo, el grado mágico que está relacionado con el estado básico de iluminación.

En algún lugar del camino de un lado al otro, dice Crowley, el mago debe también enfrentarse con –y llegar a ser temporalmente– el "Demonio del Abismo", cuya esencia es Dispersión. Crowley llamó a este demonio Choronzon, un nombre para Satán en los trabajos del doctor John Dee. Pero las características que atribuye a este demonio son más bien deudoras de "El que habita en el umbral", de la novela Zanoni de Bulwer-Lytton. No aparece claro cómo este enfrentamiento se relaciona con la destrucción de la identidad humana del mago.

La descripción de Crowley de su propio "Cruce del Abismo" es recogida en su libro La Visión y la Voz. La descripción se ajusta bastante a su metáfora general sobre el proceso. Sin embargo esta descripción difiere en muchos sentidos de las que han suministrado otros iluminados a lo largo del tiempo. También difiere de mi propia experiencia de este proceso, que fue llevada a cabo a través de los mismos medios que usó Crowley: el sistema mágico "enoquiano" de John Dee, junto con la tradición de la magia ceremonial occidental y la Cábala.

Desde la perspectiva de mi propia experiencia, el concepto de "Abismo" en sí es un disparate. No hay un espacio vacío entre los niveles humano y divino de existencia. El ser trascendente está presente todo el tiempo, de forma constante y activa, en cada persona. Y si es así, no hay entonces nada que "cruzar" o "saltar". La discontinuidad, si hay alguna, es totalmente una cuestión de perspectiva. La visión trascendental es por supuesto radicalmente diferente de la visión centrada en uno mismo que se da en los niveles más bajos. Pero hay una constante conexión e interacción entre lo divino y lo humano; ambos planos constituyen un único e indivisible sistema.

Más que una separación, nuestra normal falta de conciencia sobre la dimensión divina de nosotros mismos es una cuestión de ignorancia. Debido a esta ignorancia, reforzada por toda una vida de condicionamientos y hábitos –y reforzada todavía más por las disciplinas mágicas– el ser trascendente de una persona se diluye en la creencia de algo que no es: una "identidad" o "alma" individualizada, que actúa en el ámbito mundano a través de una máscara de personalidad. En su ignorancia, se identifica hasta tal grado con esa identidad (que es una construcción), que llega a pensar que no puede ser algo distinto de ella. Se puede ver esto como una extraña suerte de dharana o meditación profunda: la concentración en un objeto de meditación (la identidad en este caso) se produce de forma tan intensa que la propia diferencia entre percibidor y percibido desaparece.

Alcanzar la trascendencia, por lo tanto, no tiene nada que ver con crear un puente sobre un vacío, o saltar al vacío, o algo de este tipo. Es más bien una cuestión de despertar al ser trascendente ya presente, desde su estado de identificación con la identidad, haciendo que comprenda y actúe desde su estado natural.

Las cosas que hacen falta para esto pueden ser muy variadas. Puede que se requiera tal vez algo tan catastrófico como la completa destrucción de la "identidad", como en el típico mito del Abismo. Pero del mismo modo, puede que se requiera algo tan sutil y delicado como una ráfaga de aire deslizándose por una ventana abierta, dejando a la identidad completamente intacta. Mi propio caso fue algo entre los dos extremos. Hubo algunos pasos largos y dolorosos antes de llegar, pero después el suceso fue rápido, nada dramático y muy simple.

Para situar en su contexto este asunto, digamos que hay dos grandes procesos en el acercamiento mágico / cabalístico a la iniciación. Primero se busca –mediante invocaciones, exploraciones astrales, meditación, etc.– abrir las partes ocultas de la mente (tanto subconscientes como superconscientes), para conducir su actividad al control consciente, y utilizarlas para explorar y percibir las correspondencias del universo. El alcance y el control que ejerce el individuo se acrecientan constantemente, y las diversas partes llegan a un estado de firme coordinación.

Al mismo tiempo, el lado cabalístico del trabajo busca alcanzar una síntesis creciente de los "contenidos" de la mente. Mediante la utilización de correspondencias, el caos de las experiencias directas se va reduciendo poco a poco. Las ideas y las experiencias se organizan en jerarquías, siendo así que cada nivel es en cierto modo una abstracción de los niveles más bajos. Al final las cosas se coordinan en un elegante sistema de arquetipos, energías y relaciones.

Cuando la persona alcanza y absorbe el nivel humano más puro, y llega a ser un "Adepto Exento", estos dos procesos se han cumplido ya en buena medida. Aquellas partes del ser de la persona que son capaces de ser controladas y coordinadas por la identidad individual se encuentran más integradas que nunca. Los contenidos de la mente han sido reducidos a un esquema coherente y a la filosofía que lo representa. Es el Individuo Completo, por decirlo así. Tales personas –señala Crowley– tienden a convertirse en líderes de "escuelas de pensamiento" que difunden su filosofía, o en sacerdotes, o en líderes sociales de algún tipo.

Debo señalar que la descripción que sigue procede de mi propia experiencia, confrontada con la de algunas personas concretas; tu camino puede ser diferente. Y pertenece sólo al enfoque mágico / cabalístico. Las cosas no parecen suceder igual –al menos no con la misma severidad– en los enfoques más místicos de los sistemas de Oriente.

El Adepto Exento entra ahora en un periodo de creciente "sequedad", que yo llamo, siguiendo el mito de los Caballeros del Grial, "caminar por la tierra yerma". No sé cómo esto se puede asociar con la llamada "noche oscura del alma" –las descripciones sobre esta última nunca me han llamado especialmente la atención. El Adepto ha alcanzado un punto de no retorno tanto en lo mágico como en lo cabalístico.

Su trabajo mágico le eleva la consciencia por encima del nivel normal; pero en vez de mantenerse en este nivel superior, siente todo el tiempo que cae de vuelta al punto donde comenzó, o que está avanzando sólo lo más mínimo posible –demasiado poco para todo el esfuerzo empleado. Y tales avances le parecen sólo variaciones de lo que ya había alcanzado, no cosas realmente nuevas. Le da la impresión de que actúa aquí algún tipo de principio asintótico. Cada incremento por encima de su nivel actual requiere cada vez más cantidad de esfuerzo; puede emplear toda la energía que controla y no poder ni siquiera mantenerse en ese nivel superior.

Algo similar ocurre con su trabajo cabalístico. Continúa reelaborando su esquema sintético, pero descubre que los nuevos añadidos y desarrollos son cada vez menos frecuentes. Al mismo tiempo se da cuenta de que hay aspectos de la existencia que no puede hacer encajar en su esquema actual sin destruirlo completamente y comenzar desde cero. No sabe exactamente qué aspectos son estos, pero puede sentirlos elevándose sobre el horizonte.

Y su Identidad, tan perfectamente coordinada, parece seguir dando impulso a la mayor parte de sus esfuerzos. Puede seguir realizando las funciones de Adepto Exento, pero obtiene cada vez menos placer y satisfacción al hacerlo. Siente que actúa en un entorno sin roces.

La razón de todo esto es que el Adepto está esperando algo que no está ahí –es decir, una continuación del sendero que ha estado experimentando hasta ese momento, con todas sus revelaciones deslumbrantes, alturas extáticas, arquetipos a medida, etc. Ya no hay más de eso por encima de su nivel actual. Tales cosas son características de los planos mágicos accesibles a los humanos, no de los planos trascendentes. Pero él no lo sabe.

Sobra decir que el Adepto en esta situación es un personaje bastante triste. Aunque no todo el tiempo; normalmente no tiene ninguna dificultad en ocuparse de sus tareas con todo su carácter de Adepto. Pero comienza a sentir la futilidad de todos sus logros, y la desesperanza y la desesperación que experimenta pueden alcanzar niveles de intensidad increíbles. Lo que quiere, más que ninguna otra cosa, es SALIR, sin ver forma alguna de poder hacerlo. Como el mítico Cristo en la cruz, llama a su dios y no obtiene respuesta. Todo lo que puede hacer es sufrir en soledad.

Pero hasta la desesperanza tiene sus límites: Cuando nada de lo que uno hace consigue tener efectos sobre la situación, uno al final lo deja todo. Continúa más allá de la esperanza de que suceda algo, más allá de la desesperación de que no suceda nada, y sólo vive la vida como viene, sin planes o expectativas concretas, sin deseos por encima del momento. Sigue adelante porque esto es lo que ha venido haciendo hasta ahora, y no por ningún propósito concreto. Todo este proceso puede durar largo tiempo. En mi propio caso, el periodo de creciente desesperación duró más de cinco años, y el periodo de "sólo vivir" duró otros cinco.

El despertar del ser trascendente es como un anticlímax después del periodo de la tierra yerma. Todavía ahora, cuatro años después de haber sucedido, no estoy exactamente seguro de qué desencadenó el momento en que desperté. Todo lo que recuerdo es que una observación casual de una persona en un grupo de debate online provocó que yo hiciera cierta afirmación, y el ser notó que ya no era igual que la identidad. El era ahora la ausencia encarnada por Binah, en lugar de seguir identificándose con las actividades diferenciadas de las esferas más bajas.

Lo que sucedió después es otra historia. Pero hay algunas cosas que quiero señalar:

— A pesar de no ser nada agradable, no hubo destrucción de la identidad individual. El ser trascendente simplemente "surgió" de ella, dejándola más o menos intacta, por el momento. Una reorientación substancial de la identidad tuvo lugar más tarde, pero tampoco resultó dañada por ello.

— No hubo "salto en el Abismo". De hecho no hubo Abismo en absoluto.

— No hubo enfrentamiento con el demonio Choronzon, ni con ningún otro supuesto "morador" del "Abismo". No hubo terrores externos de ningún tipo, ni siquiera con Cthulhu.

— Ninguna invocación particular estuvo relacionada con el desencadenamiento del evento. Este tuvo lugar durante un alto en el camino de mi trabajo enoquiano, y este trabajo estaba orientado a otros fines.


© Benjamin Rowe


© de la traducción española Miguel AlgOl

2 comentarios:

CLA dijo...

ES LA CULPA CRISTIANA, tan ligada al paradigma del pecado original, lo que genera tales alegorías amenazadoras como Choronzón y el abismo.
En una mente más libre, más pagana y sin cruz alguna que cargar, sencillamente no hay abismo. Tan sólo un estimulante horizonte poblado de logros y descubrimientos.
Por igual creo ver en la figura temible de Choronzon al concepto freudiano del superyo, entendido este como la instancia moral y enjuiciadora inculcada en los años formativos mediante la internalización de normas autoritarias, reglas y prohibiciones represivas, no solamente parentales sino también sociales.
Para alguien que haya aprendido a tomar distancia crítica y liberarse de la moralina cristiana (en particular, de la católica) ningún Choronzon lo estará esperando a la vuelta de la esquina.
Sin culpa, tal enemigo no existe.

CLA dijo...

Me alegra coincidir. Tengo por ahi algunas experiencias con abismos aunque nada traumaticas ni tenebrosas sino, por el contrario, profundamente satisfactorias. Fascinantes. Tienen que ver con sueños lucidos y una sensacion como de caida libre a traves de algo parecido a un hoyo negro, especie de vortice que eventualmente puede lucir como un cielo estrellado. He oido de gente que aprovecha esos momentos para realizar algun ritual, proyectar un deseo, lanzar un encantamiento. Me gustaria saber como hacerlo. Saludos.