"Es la música que hay en nuestra conciencia, el baile que hay en nuestro espíritu,
lo que no quiere armonizar con ninguna letanía puritana, con ningún sermón moral..."
(Nietzsche: Más allá del bien y del mal, 216)


El gran padre huérfano




Una de las estratagemas más apreciadas por los sacerdotes de todo pelo para demostrar la existencia de su inoperante y mudo "Dios", del que se han nombrado superintendentes en esta tierra, es el argumento del primer hacedor, también llamado en la vieja tradición escolástica el motor inmóvil. Según esta pintoresca tesis, "Dios" es el creador de toda la realidad visible, el creador de la luz y de la tierra, de los humanos y de los paisajes: todo es su obra; porque si no, se preguntan, ¿cómo habría llegado todo esto aquí? La estratagema quiere demostrar a "Dios" con la lógica, pero necesita como siempre muchos socorridos parches de fe. La argumentación parte de la premisa fundamental de que todas las cosas tienen que haber sido "creadas" en algún momento por algo distinto de ellas, como los hijos por los padres, las ideas por las mentes o las mesas por los carpinteros.

Así pues nada podría estar en la realidad si no lo hubiera traído algo que ya habitaba en ella, todo necesitaría para existir un ser preexistente: su creador. Por eso los sacerdotes le llaman "Creación" al Universo entero. Una vez asumida esta forma de ver las cosas, surge esta contundente pregunta desde las sacristías: "¿Y quién ha creado entonces el mar, y los planetas, y las nubes y los pájaros?" Como el que las cosas siempre hayan estado allí no parece ser una opción, el mero hecho de la existencia del mundo demostraría a "Dios", sólo con remontar el pedigrí de la realidad. Ni siquiera el evolucionismo darwiniano les estropea el hilo lógico: Si los animales vienen de otras formas de vida anteriores, "¿quién creó las primeras formas de vida?". Y si fue una combinación afortunada de elementos químicos, "¿quién creó el hidrógeno?". Y ya puestos: "¿quién creó las combinaciones afortunadas de elementos químicos?"...

Como el intensito detective de las novelas que siempre sospecha que hay una mano detrás de cada suceso inusual, aunque parezca un accidente, los sacerdotes y sus acólitos olfatean el paso de un "creador" tras cada cosa del mundo. Porque parten de que los elementos de la realidad no pueden haber "brotado como setas" —ni siquiera las setas. Pero los teólogos metidos a lógicos no tardan en resbalar en el absurdo, sólo con seguir sus argumentos hasta sus últimas consecuencias. Imposible una teológica. Y es que si admitiéramos que toda cosa necesitaría obligatoriamente una cosa anterior y distinta a ella que la hiciera surgir (su creador), y así sucediera en todos los niveles de la realidad ("el mundo visible e invisible"), ¿por qué se detendría precisamente esta red genealógica en el propio "Dios"? A estos entusiasmados buscadores de creadores de las cosas, y de creadores de creadores, se lo plantearíamos abiertamente: ¿Quién ha sido entonces el creador de Dios? ¿Quién fue el Padre del Padre (el que vendría a ser el yayo del Nazareno)?

Un truco de la fe debe acudir inmediatamente a cortar esta posibilidad de continuación de la fiebre creativista. Con "Dios" no hay ya que seguir retrocediendo en esta escala de "creaciones": Él y sólo él es el motor inmóvil, es decir aquello que mueve pero no es movido — Y es que al fin y al cabo para eso uno es "Dios", para permitirse ser un aforado de las leyes de la lógica. Así pues la alarma roja de la fe se dispara para advertirnos de que no es lícito pensar en la genealogía de "Dios", a partir de esa línea hay que frenar en seco toda esta devota pasión por encontrar "creaciones". No se debe pensar en un creador de "Dios", fantasear sobre si este solitario y narcisista personaje fue, por ejemplo, el último superviviente de una raza de seres cósmicos o precósmicos, como Silver Surfer. O si no, cómo fue que apareció de pronto ahí, en la inmensa oscuridad anterior a la realidad, tan solo y ensimismado. Por ello los niños lógicos, en los que arde ya la llama negra de la rebeldía de pensamiento, cuando son conducidos a las clases de religión y oyen toda esta farragosa historia de una creación sin fin que acabaría demostrando a un ser increado, se dicen a sí mismos: Si todo tiene su hacedor anterior, "Dios" también debería tenerlo. O más llanamente: Si "Dios" no nos presenta a sus padres, no puede pretender que lleguemos a nada serio con él.


Postscriptum: Si "Dios" existiera, los buscadores de contentar al verdadero baranda del Universo deberían descubrir y adorar al Creador del Creador, que indudablemente mandaría más (y a lo mejor ese sí habla...). Pero no hace falta plantearlo de la tramposa y enrevesada forma de la teología. Todo es mucho más simple: "Dios" no existe, pero sí justamente su creador. El creador de "Dios" es el Hombre, que lo hizo a su imagen y semejanza. Adoraos pues a vosotros mismos, grandes creadores de mundos y fantasmas.



Miguel AlgOl


Ver otra estratagema de sacerdotes


 

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