"Es la música que hay en nuestra conciencia, el baile que hay en nuestro espíritu,
lo que no quiere armonizar con ninguna letanía puritana, con ningún sermón moral..."
(Nietzsche: Más allá del bien y del mal, 216)


Viaje al Infierno


Tres son las etapas o jornadas en el viaje al Infierno. Cada una es una mutación personal: la Presencia, la Alianza y el Éxtasis. O en el sucio lenguaje cristiano: La infestación, la venta del alma y la posesión diabólica.

 

I

La primera parte del viaje es la etapa de la percepción, de la premonición. También se la ha llamado la fase de la "infestación" o de la simpatía por el Diablo. Un día el Demonio comienza a presentirse en la cotidianeidad inmediata. Sus manifestaciones tienen un estilo inconfundible: una marcada atmósfera de guiño, de broma, de juego con sincronías casuales, pero insistentemente casuales, como en el detalle de encontrar el número "666" en los más diversos lugares. A nivel interior, esta jornada está caracterizada por empezar a percibir sutilmente el aire siniestro del Infierno: algo palpitante, oscuro, lejano y extrañamente íntimo, pavoroso y familiar a la vez: Un abismo sin fondo que nos reconoce y nos llama por nuestro nombre.

Pero Satán elige. Aquí no funciona el igualitarismo moderno que establece como rasero 'normal' el nivel de los imbéciles, y por lo tanto permite que los malogrados pregunten "por qué a ese sí y a mí no...". El mensaje de Cristo es para los concurridos rebaños de corderos (agnus dei), el mensaje de Satán para las solitarias jaurías de lobos (lupus diaboli). Por mucho que a alguien le atraiga presentarse ante los demás como un oscuro "satanista", por más que le pirre una estética, un ambiente  o una música determinada, es muy posible que no viva nunca la experiencia real del presentimiento del Demonio. Parece que Satán elige a determinadas personas desde que nacen: a aquellas que no pueden aceptar la hipocresía como regla inevitable de la vida social, a aquellas que siempre tienen la necesidad de colocar signos de interrogación sobre todas las cosas, a aquellas que sólo se sienten vivas cuando se enfrentan a retos. Estos rasgos que predicen un encuentro final con el Demonio quizás son ya sus primeros regalos.

 

II

En la segunda jornada del viaje al Demonio la Oscuridad se acepta como la realidad profunda del mundo y se establece una alianza con ella. Surge un diálogo íntimo pleno de valor y dignidad, muy alejado de la humillación y el servilismo feudal que exige el superpapi fantasma de los nazarenos. El Demonio es un buen conversador, y su principal recompensa a los satanistas, tal vez la única, es inspirarles. 

La alianza con el Demonio es —paradójicamente para una mentalidad religiosa— la etapa de mayor soledad, de mayor independencia alcanzada hasta ese momento. Porque uno adquiere en esta etapa la certeza de que no puede hacer otra cosa que erigir su propia tabla de valores, instaurar su propio universo. "Qué es bueno" sólo lo deciden ya su deseo y su voluntad. Si en la jornada anterior todo era  presentimiento de la realidad infernal, ahora hay evidencias más incontestables, porque pueden percibirlas también los demás. Entre ellas los cambios en la fisonomía y la presencia de lo paranormal. Pero no son estas evidencias el objetivo, sino meras señales de que el viaje avanza. 

Las historietas cristianas llaman a esta parte de la autotransformación "el pacto con el Diablo" o "la venta del alma". En su falta de estilo, imaginan al Demonio como un tendero a la puerta de su negocio esperando que vengan clientes — "comprando" almas a granel en el wallapop de la vida, donde se anuncian todos los humanos en liquidación. Un rídiculo relato de trapicheos de "almas" por "gozos mundanos", evidentemente para insistir en la idea de que el buen cristiano debe aceptar la privación hasta que sea cadáver.

 

III

La tercera parte del viaje, la llegada, es conocida como la "posesión diabólica" en algunas religiones, y entre los siniestros como el congressus cum Daemone. Desde el punto de vista de las iglesias se trataría un acto de ocupación, de imposición de un poder ajeno, de aquí que lo asocien al verbo "poseer". Confunden deliberadamente esta imagen que han inventado con los procesos chamánicos de invocación, practicados en tantas culturas del mundo. 

Pero esta parte del viaje ni siquiera tiene que ver con una operación mágica de invocación. No hay una entidad que entra, sólo una personalidad que surge. Nacemos con Demonio, no con "alma", y el acto último de liberación de un humano es llegar a ser plenamente el Demonio que es. Este es el mayor éxtasis de la vida. Esa fuerza vital de gran estilo que hasta ese momento se había mantenido guardada en la autonegación, en las mazmorras de la culpabilidad y de la vergüenza, aparece ahora radiante ante todos los exorcistas habidos y por haber para reírse de su espanto y elevarse sobre ellos. Me refiero al surgimiento de un ser totalmente deseante y desafiante. Evidentemente, muchos se pierden durante este viaje. 

 

Miguel AlgOl

    

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