"Es la música que hay en nuestra conciencia, el baile que hay en nuestro espíritu,
lo que no quiere armonizar con ninguna letanía puritana, con ningún sermón moral..."
(Nietzsche: Más allá del bien y del mal, 216)


Personificación Satán





I

En el Arte de la Magia uno es el único autor, actor y espectador, pero no está obligado a interpretar monólogos. La obra dramática del ritual mágico puede tener, y de hecho suele tener, otras presencias. Otros "personajes" que no son formalmente otros actores (salvo en los rituales ceremoniales o colectivos) sino otras personificaciones del mundo del actor. La utilidad de estas presencias es enorme — también sus peligros.

Dando nombre y concediendo voz a las distintas sombras de su oscuridad interior, el mago puede identificarlas, reconocerlas, negociar con ellas el efecto que ejercen o pueden ejercer en su vida.
Dejan de ser partes nebulosas de sí mismo, jirones de pulsiones apenas intuidos en instantes de rara consciencia, para convertirse en personalidades definidas, claras, nítidamente recortadas sobre la existencia, personalidades a las que se puede interpelar y de este modo descubrir sus verdaderos propósitos.

Como los personajes de los sueños, las personificaciones del ritual mágico son formas de representar en forma de diálogo la topografía interior de la propia identidad y así ordenarla y hacerla habitable. El bálsamo emocional que se consigue durmiendo es precisamente por la capacidad de soñar, y el beneficio del soñar es que los conflictos se pueden ver desplegados en diálogos entre diferentes. Convirtiendo en personajes sus muchas y contradictorias facetas, el durmiente y el mago adquieren la perspectiva suficiente para dejar de estar perdidos dentro de sí mismos.

Convertir en presencias ajenas aspectos que surgen del profundo abismo interior, decidir hablarse de tú a uno mismo, conlleva también graves riesgos, sobre todo motivados por la presión cultural: Las religiones han fomentado durante milenios la creencia en fantasmas. Fantasmas insidiosos para disuadir a los que se atreven a caminar solos y fantasmas gigantescos para imponer, por comparación, el autodesprecio. El peligro de toda forma de diálogo en la Magia es la interferencia religiosa o "espiritualista", es decir llegar a creer que estamos hablando con un fantasma. Entrar en la esquizofrenia real (pues así en rigor podría ser llamada) de suponer que el diálogo se produce entre seres independientes. Y comenzar a temer a la figura que tenemos enfrente.

El Sendero de la Mano Derecha cree en fantasmas que gobiernan la vida real, y cree así en diálogos mágicos donde el "tú" no es un instrumento de autoconocimiento sino un tenso encuentro con personalidades completamente ajenas. Se pasa mucho miedo en el Sendero de la Mano Derecha... Eternamente preocupados por quién vendrá y sus intenciones, los magos "de luz" nunca tienen suficientes amuletos, oraciones y círculos "protectores". Se conocen tan poco a sí mismos que no reconocen como propios sus temores y les llaman "demonios" —del mismo modo que no reconocen como propias sus grandezas y las llaman "dioses". En cambio en el camino siniestro del autoconocimiento se acaba descubriendo siempre algo entrañablemente familiar en todas las figuras que consiguen pasearse por el interior de nuestras cabezas.



II

El tema podría terminar aquí, en este sencillo dualismo para dummies: Las personificaciones de la magia son totalmente tuyas si caminas por el sendero del autoconocimiento, o puedes enredarte mucho con ellas si vas a gatas detrás de algún "maestro" que cuenta historias de espectros. Pero la realidad, como siempre, es más compleja, más rica.

Cuando el mago decide introducir otros "personajes" en sus operaciones privadas ¿qué le mueve realmente a ello? Según lo que acabamos de ver, "objetivizar" aspectos interiores, poder contemplar en perspectiva, con un interesante desapego, ámbitos de sí mismo. Entonces ¿da igual el personaje convocado? Para nombrar cierta pulsión de deseo ¿es lo mismo Marte que Bafomet, o el Barón Samedi, o Anubis? Y aquí aparece la "complicación"...

La realidad experimental es esta: Cada personalidad que elijamos en una operación mágica para interactuar con ella (a través de ella) no es una tabula rasa. "Viene" con una forma de ser propia, con una historia personal. De hecho la habremos elegido por eso, seguramente algo más que el nombre sabremos de ella. Como mínimo Marte tiene que ver con la guerra... Todo lo que sepamos de una figura "pesará" sobre su elección, es decir influirá en cómo nos responderá, en su comportamiento durante nuestro diálogo. E incluso, y esto es realmente curioso e interesante, habrá cosas que no sepamos de ella —pero que sus más dedicados acólitos sí sabrán— que también estarán presentes.

Esto puede explicarse de muchas formas, atendiendo a la visión que tengamos sobre el simbolismo y la magia. Se puede decir, por ejemplo, que es por el peso de la cultura, o se puede hablar del inconsciente colectivo de Jung. Yo elegiré, pero es sólo mi elección, la explicación del efecto egrégor.

Con el efecto egrégor me refiero al peso, a la huella, que dejan muchos seres humanos haciendo determinada actividad con una fuerte carga emocional durante un largo tiempo. Cada panteón, sea de la cultura que sea, alberga figuras que han sido veneradas, o temidas, o experimentadas en éxtasis de algún tipo, durante muchas generaciones. La forma autóctona de dirigirse a ella, de llamarla, de gratificarla, se ha repetido a lo largo del tiempo con una convicción y una pasión vital que como hombres modernos nos cuesta incluso imaginar hoy. Esta fuerza emocional y vivencial impregna esa figura y le confiere una personalidad que la hace diferente de cualquier otra. Cuando decidimos convocar a Anubis y no a Set o a Horus a nuestro escenario mágico, no estamos haciendo —o no deberíamos hacer— una elección superficial basada en algún rasgo aparente. Especialmente con las figuras de tradición no europea nosotros, occidentales, deberíamos evitar el "orientalismo" o el "exotismo", tan superficiales. Porque, como decía antes, incluso lo que no conozcamos conscientemente de estas figuras también podrá manifestarse.


III

En la simbología diabólica occidental disponemos de una buena serie de personalidades para trabajar mágicamente, como las descritas en la Goecia o en otros grimorios. "Los demonios de la Goecia son partes del cerebro humano", decía Crowley. Cada una tiene sus características, sus preferencias a la hora de ser tratada y sus "habilidades". No te cubras la cabeza si has decidido "traer" a Asmodeo, no llames a Furfur para cuestiones económicas...

La única figura infernal que no tiene este peso de una tradición individual propia es la que se denomina Satán. Satán en los textos clásicos de la demonología es una personificación sutilmente diferente del resto, si uno observa con meticulosidad los grimorios conservados. Inexplicablemente no aparece en las listas que parecen más exhaustivas, o sólo él no tiene sigilo, o su enn es el único que precisa de una versión en latín... Satán en todo momento sobresale o escapa de los inventarios de demonios, como el nombre del Demonio por excelencia, como la encarnación y representación de todo el mundo infernal en su conjunto. Por eso no parece ser "una parte del cerebro humano" sino "el cerebro" en su totalidad, una individualidad plena que conecta especularmente con toda la individualidad del mago. La personificación Satán es la única que puede ser traída al ritual mágico sin herencias adquiridas, sin este "lastre" de lo que han hecho, creído y sentido los que a través de los siglos se han encontrado ya con él. "Este acceso multifacético a lo desconocido que los satanistas eligen llamar Satán", escribió Anton LaVey en La Biblia Satánica ("Libro de Lucifer", IV). Me parece muy buena definición de la versatilidad y amplitud de la figura de Satán para el trabajo mágico: "acceso multifacético a lo desconocido".



Miguel AlgOl

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