La voz es un elemento central en la mayoría de las
operaciones mágicas. Dentro de las técnicas que el mago ceremonial debe
dominar está —especialmente a partir de Crowley— la habilidad de poder vibrar las palabras o frases que utiliza en el ritual [1].
En
la "alta magia" occidental el uso de la voz ha tenido siempre dos
características distintivas, una técnica y otra intencional. La técnica
es la "voz alta", es decir la pronunciación haciendo sonar plenamente
las cuerdas vocales a un volumen elevado. La intencional está basada
en el poder ilocutivo del lenguaje: Se usa la voz para iniciar y
terminar el ritual, para convocar o expulsar seres, para expresar
objetivos, en definitiva, para hacer (ordenar) que "pasen cosas".
Pero por lo que sabemos de las tradiciones europeas de brujería, herederas del chamanismo euroasiático precristiano, el uso de la voz en la magia tiene muchas más posibilidades. Está todo el amplio mundo del canto, o las potencialidades de la resonancia en cámaras con formas concretas. Y también, y es lo que nos interesa hoy aquí, se puede trabajar no con la voz alta que "vibra" sino con la voz baja que susurra o murmura, y no siempre para "hacer que pasen cosas" (desde el mago al mundo) sino también para "percibir cosas" (desde el mundo al mago).
El carácter diabólico del susurro está presente ampliamente en toda la simbología y la iconografía de las religiones abrahámicas. El Corán llama al-Waswâs ("el Susurrador") al Demonio, porque "susurra en el pecho de la gente". En las imágenes cristianas de la "tentación", el Demonio ("the Whisperer") siempre le cuchichea al oído al incauto pecador. Satán parece preferir la voz baja — en la que según Nietzsche siempre se han dicho las cosas importantes.
Han pervivido hasta hoy técnicas ancestrales de brujería relacionadas con "susurrar al viento" en Bielorrusia y Polonia [2], pero creo que en general las habilidades mágicas / chamánicas occidentales vinculadas con el susurro se han perdido. Otras culturas han desarrollado otras técnicas propias, pero sería burdamente colonial traerlas en cuatro rasgos aquí. Sin embargo durante el siglo XIX parece que hubo un intento de recuperar las posibilidades del susurro en contextos rituales y de percepción extraordinaria. Es lo que describe el texto que traduzco a continuación, firmado por un tal Z. A. Duffy en New Jersey en 1877.
La experiencia que se refiere en este texto se encuadra dentro de las variadas técnicas para la percepción sutil que se idearon en la primera y más creativa etapa del movimiento que conocemos como "espiritismo". El espiritismo acabó confundiéndose con una nueva religión, la fundada por Allan Kardec, y hoy es difícil disociar ya ambas cosas [3]. Aunque continúa hasta nuestros días, el espiritismo más interesante se desarrolló a grandes rasgos entre 1848, la fecha del caso de las hermanas Fox, y 1882, el año de la fundación de The Society for Psychical Research en Inglaterra y así del nacimiento de la parapsicología 'experimental' moderna. Durante esos años mucha gente probó los límites de su percepción de forma muy creativa, se atrevió a "cruzar umbrales", mantuvo una postura abierta ante la Oscuridad y todo lo que podía albergar. Los casos mediáticos de falsas mediumnidades —lo único que se suele recordar hoy del tema— no deberían eclipsar a todas las personas que se adentraron en estos terrenos de forma muy valiente y honesta. Y por supuesto, todo fenómeno humano debe ser leído en el contexto de su tiempo.
La sesión de los susurros
por Z. A. Duffy
Junio de 1877 [4]
Al
percatarse de mi melancólico estado de ánimo durante una visita
reciente a mi casa, mi vecina, la Sra. Cunningham, sugirió que fuera con
ella a la casa de una tal Sra. Tremont para cierta oscura sesión
programada para el sábado siguiente. Pensé que la Sra. Cunningham
atribuía mi pesadumbre a la reciente muerte de mi esposa y que tenía la
intención de ofrecerme consuelo en forma de alguna manifestación. Así
que no quise despreciar su espíritu caritativo y acepté.
Nos
reunimos alrededor de las siete de la tarde en el salón de la Sra.
Tremont. La Sra. Tremont es una viuda de unos setenta años y vive en una
pintoresca casa de campo bastante rústica en el cruce de Burlington y
Crosswicks, en Bordentown City [New Jersey]. Yo esperaba una
sesión de movimientos o de golpes en una mesa, por lo que, cuando pasé
por primera vez el umbral de nuestra anfitriona, me sorprendió no
encontrar ninguna mesa, o al menos ninguna de tamaño suficiente para
acomodar una sesión de mediumnidad. En cambio, parecía que todas las
sillas de la casa hubieran sido llevadas al salón y dispuestas en
ángulos extraños e imprevisibles, repartiéndose sin ningún patrón
particular desde el centro de la habitación. Había una gran piedra
oscura en una esquina de la estancia. Lo noté como una
curiosidad, pero nadie pareció prestarle atención y, según parece, no
desempeñó ningún papel perceptible en los acontecimientos de la noche.
Tomé
asiento ante la chimenea, frente a lo que supuse que era la puerta de
la cocina. La Sra. Tremont corrió cuatro grandes cortinas negras de
terciopelo colgadas en las paredes de la habitación, encerrándonos como
actores detrás del escenario. Éramos diez las personas reunidas; a
algunas ya las conocía, a otras no.
Un tal Sr. MacFarland
se puso en pie para dirigirse a los presentes. Nos dio la bienvenida en
nombre de nuestra anfitriona y nos recomendó que comenzáramos a hablar
en cuanto sintiéramos la inclinación a hacerlo. Antes de que pudiera
preguntar qué debíamos decir, nos informó que no habláramos más fuerte
que un susurro, sólo a nosotros mismos, y desde la inmediatez de los
pensamientos más superficiales. Tratar de seguir una línea de
pensamiento o inventar alguna expresión con cualquier tipo de sofisticación
iría en contra del tenor del ejercicio y corrompería nuestra búsqueda
colectiva.
Hizo un gesto a un tal Sr. Carslake, que estaba
sentado ante una pequeña mesa con cinco campanas de varios tamaños. El
Sr. Carslake, dijo el Sr. MacFarland, estaría haciendo sonar las
campanas según su propio capricho. Esto nos proporcionaría cierto grado
de privacidad en nuestras expresiones, pero también alentaría la
'presencia'. De a qué 'presencia' se refería no dio detalles, y antes de
que pudiera preguntar más sobre el asunto, la Sra. Tremont apagó la
última de las velas que iluminaban la habitación y nos sumergimos en una casi absoluta oscuridad.
De inmediato comenzaron los susurros.
El murmullo parecía a partes iguales una suave oración y una intensa
súplica. Tuve que acomodar mi mente a esta extraña actividad, lo que me
tomó cierto tiempo. Tal vez tardé minutos —el tiempo se había vuelto tan
desconocido como el entorno que me rodeaba— en poder unir mi voz a la
de los demás. No sé de qué hablé. Cosas triviales, supongo. Creo que
comencé enumerando algunas de las cosas que me resultaban curiosas, pero
luego mi tema cambió a nombres de calles, lugares en los que había
estado en la infancia, tonos de color en mi jardín a finales de
agosto...
Poco a poco me di cuenta de que las personas que
hablaban a mi alrededor ya no estaban involucradas en monólogos del tipo
del que yo estaba realizando en ese momento. Más bien parecían estar
enfrascadas en una especie de diálogo. Preguntas o declaraciones
seguidas de pausas para que interviniera un interlocutor, excepto que en
esos espacios ningún interlocutor hablaba o parecía hablar. Mi discurso
continuó, cada vez más independiente de mi atención, e intenté centrar
mi audición en las pausas en el diálogo de la mujer que se sentaba
detrás de mí, una tal Sra. Ward.
Sorprendentemente esta
actividad mantuvo todo mi interés, a pesar de no recibir ningún
resultado discernible de mi concentración, de modo que, después de lo
que debió haber sido más de un cuarto de hora, todavía estaba prestando
atención a sus silencios. Y fue entonces cuando lo escuché. Un sonido
débil mucho más bajo que los susurros de las personas reunidas a mi
alrededor, pero con la cadencia distintiva de un idioma. La forma en que
parecía entrar en los espacios entre los susurros de la Sra. Ward hacía
que se sintiera casi como un eco.
Mientras intentaba
encontrar alguna apariencia de significado en estos sonidos, se me hizo
evidente de una manera repentina y casi discordante que, de hecho, no
estaba escuchando las pausas en el discurso de la Sra. Ward, sino en
realidad las pausas en el mío. Y aquello, si estaba hablándole a
alguien, me estaba hablando a mí. Sentí como si yo, y cada uno de los
demás en esta sesión de susurros, hubiera dejado de hablar. Ya sólo
escuchaba los sonidos de los "ecos", dirigiéndose quedamente a mí y a
mis compañeros con palabras más allá del habla.
Deseaba
que la sesión continuase, pero las campanas del Sr.
Carslake se detuvieron de repente. No había estado consciente de las
campanas en ningún momento a lo largo del evento, excepto en ese instante
al final cuando se detuvieron. En silencio, la Sra. Tremont encendió
una vela y descorrió los juegos de cortinas de las paredes. También en
silencio, el Sr. MacFarland caminó hacia la puerta principal, la abrió
y, con una sonrisa tranquila, nos invitó a salir a la noche. Nadie habló
cuando abandonamos la estancia.
Notas
[1] Sobre qué es la vibración en los rituales de magia, véanse los capítulos 12 ("La voz en el ritual: La vibración") y 13 ("Teoría de la vibración") de mi libro Sinister.
[2] Sobre Bielorrusia, Belarus, the Ancient Tradition of Healing Whispers Slowly Disappears. Sobre Polonia, The Whisperers: The Christian Folk Healers of Eastern Poland.
[3] En inglés se usa Spiritualism para el movimiento interesado en la percepción mediúmnica y Spiritism para la religión de Kardec. En español se utiliza a veces espiritismo/espiritista para la primera acepción y espírita para la segunda, pero en general se confunden.
[4] El texto original en inglés es más amplio porque incluye reflexiones y conversaciones posteriores de Duffy. Puede leerse íntegro aquí.
Miguel AlgOl
No hay comentarios:
Publicar un comentario