"Es la música que hay en nuestra conciencia, el baile que hay en nuestro espíritu,
lo que no quiere armonizar con ninguna letanía puritana, con ningún sermón moral..."
(Nietzsche: Más allá del bien y del mal, 216)


El gran perdonador y sus melodramas sangrientos

Un ensayo de antiteología, a mayor gloria del Demonio

 


Reconozcamos una gran fisura lógica de la teología: Que el atributo de la omnisciencia (el saberlo todo del pasado, del presente y del futuro) entra en contradicción de una forma profunda con las otras elogiosas imágenes que se difunden sobre "Dios", ese fantasma al que dedican su improductiva actividad los teólogos y que nosotros aquí, después de dos mil años de no dejar de oír hablar de él, llamamos ya con cierta familiaridad el Gordo de la Estratosfera.


Desde un primer momento los sacerdotes han acogido con entusiasmo esa propiedad para su gran ídolo, porque carecer de ella sería llanamente un límite a su poder. El conocimiento es poder y el más mínimo desconocimiento una limitación del poder sin fin. El Gordo lo sabe todo y lo juzga todo. Por ejemplo, ya sabía cuando se desperezó de su muermo ensimismado y se puso a crear "el mundo", todo lo que le pasaría después en ese mundo a cada una de las criaturas que iba poniendo en él, y a sus millones de descendientes. Estaba todavía en el primer día, encendiendo la luz del Universo, y ya repasaba mentalmente la forma en que millones de años después moriría cada soldado de las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Así debe ser conocer realmente todo el Universo. El problema lógico para los sacerdotes y sus serviles discursos sobre este Gran Sabelotodo fantasma surge cuando éste, el Sabelotodo, parece que cambia de opinión sobre la marcha, en función de ciertos resultados. Pero "debería haber sabido lo que iba a pasar"...
 
En los cenáculos cristianos se cuenta una extraña historia de cambio de parecer del Gordo, y de cómo procedió para poder desdecirse y mantener la compostura. Es la historia de la tentación de los primeros homo sapiens (una auténtica encerrona divina, porque una vez más él ya sabía lo que iba a pasar) y de la "venida al mundo" de una de las tres personalidades escindibles de ese "Dios", el "Hijo", para remediar o reconducir lo hecho antes.

No hace falta recordar todos los detalles de la célebre historia del cambio de rumbo de "Dios". Si los teólogos no tuvieran tan poco estilo, podrían haber hecho con ella un buen vodevil: El Gordo, egocéntrico impenitente, reta a la primera pareja de homo sapiens a no comer una fruta de un árbol determinado que a él le da por elegir. Pero los humanos le desobedecen en cuanto se despista un instante. A continuación, como se dice coloquialmente, el Gordo se coge un cabreo del quince y los castiga de muchas maneras: los expulsa de un jardín tropical comodísimo que les había construido expresamente, los condena al duro trabajo, les hace conocer el dolor, el frío, la angustia, y por último les cierra las puertas a un paraíso muy bueno que les tenía preparado para después de la muerte. Y esto no sólo se lo hace a la pareja rebelde, sino también a todos sus descendientes durante miles de generaciones. Cuando se trata de vengarse, la saña de "Dios" es extrema, como sucede con todo egocéntrico patológico.

Así pues, todos los miembros de la especie cargan con un "pecado original" de serie que les hace vivir en un "valle de lágrimas" sin remisión. Pero la historia no acaba aquí. Transcurrido el tiempo, al Gordo se le va pasando el calentón y decide levantarles a los homo sapiens los castigos impuestos —y es que el Gordo en el fondo es un trozo de pan. El Paraíso Terrenal, aquel gran parque que les había habilitado en un comienzo, no se lo restituyó más (tal vez con el cabreo se lo cargó) pero les dejó el extraño beneficio de poder volver a entrar en paraísos más allá de la muerte que les habían quedado vedados. Dicho en germanía de teólogos, les devolvió la posibilidad de "la salvación" (Permitidme un inciso sobre la contumaz necrofilia del Gordo: ¿os habéis dado cuenta de que todas las recompensas son sólo para muertos, que para los vivos sólo existe el pencar?). Creo que muchos humanos, yo el primero, habríamos preferido un "paraíso terrenal" en esta vida, la real, a una "salvación" para cuando fuéramos fiambres —y más cuando la "salvación", la gran recompensa, parece ser que era al final quedarse para toda la eternidad contemplando en silencio al Gran Narcisista.

Admitamos que todos, incluidos los "dioses", tenemos derecho a un cabreo o pataleta, y que estos prontos de primera hora, como todo el mundo sabe, luego siempre se van aplacando. Si el Gordo no tuviera derecho a pillar un rebote de órdago, significaría que ahí tendríamos un límite, y eso no puede ser. Y admitamos también que si el Gordo es lo máximo que se despacha en todos los aspectos —omnipotente, omnisciente, omnitotal, omnilaleche— igualmente debe ser el no va más cuando se le hinchan las narices (o los órganos que tenga un dios para algo similar a respirar). Así que "Dios" tiene que ser también, en buena lógica teológica, omnimosqueante. Pero para ir resumiendo: que al Gordo en cierto momento de la historia de su "mundo" (en los años del auge del Imperio Romano, para ser exactos) se le va yendo el cabreo inicial y decide "perdonar" a los humanos: en el fondo no ha sido para tanto, pelillos a la mar, yo soy así... Y es justamente  aquí, cuando todo parece finalmente solucionado, cuando la historieta da un grandioso salto de guión.

Cómo explicarlo... Si un "dios" es omnipotente, basta con un simple chasquido de sus dedos (o de sus tentáculos, o de las protuberancias que tenga un dios para agarrar cosas) y todo queda perfectamente a su gusto, todo recompuesto en un instante. Es lo que tiene ser the Master of the Universe. Pero aquí viene la extraña pirueta del guión: parece que en esta ocasión este "dios", el Gordo, no puede hacer eso así como así. Parece que necesita (?!) llevar a cabo una extraña operación para conseguir borrar lo que hizo anteriormente: Una especie de ritual sangriento protagonizado por una de sus "personalidades", escindida seguramente por mitosis. Y aquí empieza todo el histriónico relato —este sí os lo ahorraré— de la vida y la muerte de Jesusito.

Es muy curiosa esta especie de "ley" por encima de los dioses que les obligaría, cuando se desdicen, a hacer extraños teatros en los mundos que han creado para poder conseguir sus (nuevos) deseos. Conecta sin duda con el mundo indoeuropeo (al igual que la tríada de "personalidades"), sobre el que Saulo de Tarso echó burdamente una capa de monoteísmo semítico. En la mitología griega se habla de un "hado" (ananké) que está por encima de los dioses, y estos dioses, desde sus tronos, no pueden sino amoldarse a sus reglas. Por no evocar aquí los grandiosos "destinos" que penden sobre los dioses germánicos.

En el caso concreto del cristianismo, todo esto podría entenderse como que se produjo una acumulación de "pecado" (de mosqueo del Gordo) del que alguien tuvo que hacerse cargo. En el fondo es el resentimiento del Gordo, que no se le va. Alguien debía pagar mucho para poder borrar esa insolencia de la memoria de la Creación. Y es que el Gordo no puede chasquear los dedos o los tentáculos porque realmente está en un dilema: Por un lado no puede (no quiere) anular ese "valor" acumulado de pecado, de culpa, que en su Orden sólo se paga con sufrimiento. No quiere desaprovechar toda esa cantidad de sufrimiento, en realidad no quiere perdérsela... (el Gordo come dolor). Por otro lado, ha decidido que la humanidad no siga "pagando" más, que no cargue más con esa "deuda". Solución divina: Una de sus "personalidades" paga por la humanidad, porque en cualquier caso eso no se podía quedar sin pagar. Qué buena es la personalidad que va a hacerse cargo de la cuenta, cómo la querrán eternamente en el rebaño... Y es que fue tan rebelde aquella simpática parejita originaria que se dijo con la mirada "a que no hay cojones" en cuanto el Gordo se dio la vuelta, que queda "mucho pecado", ergo "mucho dolor", que pagar. Ya lo escribió Crowley en su precioso himno a Lucifer: "La clave del deleite es la desobediencia".

Así que "Dios" en su "infinita bondad" (omnipedazodepán) decide venirse aquí unos años a "sufrir" muchísimo, a "sufrir por nosotros" - "por nuestros pecados". Y entonces un día... ¡Pero esperad un momento, por favor! Colar entre las "hazañas" de "Dios" el récord guiness del "sufrimiento" es un cuento de curas de la peor calidad. La "muerte de Cristo" es realmente, en lo que significa de verdad morir, una pseudomuerte, un teatrillo de tres días. Ojalá todos los jóvenes de las trincheras que ya imaginaba el Gordo cuando ponía las primeras luces en su Creación hubieran sabido al morir que en realidad resucitarían a los tres días. Supongo que se hubieran dejado encantados escupir, insultar y poner todas las coronas de espinas del frente occidental. Cualquier víctima de una guerra ha sufrido indeciblemente más que el delicado Nazareno, con sus poses y sus gestos con los deditos. Sus diálogos de opereta con "el Padre", como si no fuera él mismo (tal vez un caso esquizoide), quieren hacer creer a los fieles impresionables que se sintió "abandonado"... que tuvo miedo ante la muerte... pero sabía muy bien, porque era el megamáster, que todo volvería a la normalidad en tres días, y como "dios", sin un rasguño. ¡Menudo comediante!

O sea, que la historia del Gordo y su necesidad de montar melodramas escénicos para poder "perdonarnos" de lo que él mismo decide acusarnos, es algo infinitamente ridículo y absurdo. Parece mentira que se siga contando.

 

Miguel AlgOl

 

Este texto forma parte de la serie "Estratagemas de sacerdotes" con

La gran centralita telepática

El gran padre huérfano



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