El mago de la Apoteosis, en ocasiones conocido como el Arlequín, es generalmente un maestro del disfraz interno, y a menudo del disfraz externo también. Al ser frecuentemente una persona de gustos escandalosos y grandes gestos, se disfraza con toda una variedad de formas humanas, precisamente porque ha alcanzado la libertad de ser cualquier cosa. Tal libertad es conseguida sólo tras una tremenda lucha personal para reparar los efectos de un comienzo difícil en la vida. El mago de la Apoteosis enseña mediante la emulación, pero a menudo al final la corta con escándalo. Su juego, que normalmente nunca se formula de modo consciente, es proporcionar un modelo de comportamiento para ser emulado por sus acólitos, y tal vez más tarde quitarse de encima a estos y arrojarlos de vuelta a sus propios medios, que sin duda se habrán expandido por el encuentro.
La jugada esencial del Mago de la Apoteosis es presentar la magia como una fuente de ilimitada autoconfianza. Si logra convencer a sus acólitos de que son magos capaces de cualquier cosa, tales creencias tenderán a volverse autosuficientes. El Mago de la Apoteosis da a entender que eso es posible mediante el triunfo de la voluntad. El Mago de la Némesis lo da a entender mostrando que nada es verdad. Ambos quieren liberar la imaginación. Ambos son exponentes de un sendero corto y peligroso que está inevitablemente jalonado de fallos y malentendidos. Sin embargo se considera que estos son un pequeño precio a pagar si algunos pocos triunfan, al conseguir una autocomprensión más auténtica.
Los continuos retrocesos, reveses y períodos de esterilidad a los que está sometida la tradición mágica se deben a la frecuente aparición del Hierofante o figura del pseudo-mago. El Hierofante siempre se presenta a sí mismo como un representante de algo más grande que él mismo. Aparte de los múltiples roles, identidades y comportamientos que una persona pueda adoptar, el Hierofante presenta su modelo como algo de cariz ideal. Esto es particularmente conveniente para el Hierofante, en cuanto no necesita ser un ejemplo perfecto de su propio ideal, aunque deba cuando menos hacer el intento de aparentarlo en público. Además, y dado que él es el que define el ideal, le resulta bastante fácil aparecer siempre como un paso más allá que sus acólitos. Por supuesto, la mayoría de los Hierofantes son meros maestros religiosos que raramente se aventuran en lo esotérico a causa de los costes potencialmente enormes de su fracaso en público. Siempre hay una depresiva amenaza de deshonor para los Hierofantes ocultos o pseudo-magos.
El Hierofante enseña inevitablemente un sistema de magia que ha juntado por piezas o ha copiado. Los sistemas más duraderos son aquellos que resultan altamente complicados y que tienen una baja efectividad mágica. Deben engalanarse además con cantidades de exhortaciones triviales. Aleister Crowley chapoteó un poco en el modelo Hierofante, pero fue un exponente supremo del Mago de la Apoteosis. Nadie con cierto potencial se quedó con él mucho tiempo, pero muchos fueron empujados a buscar su propio sendero. Los escritos de Crowley están generosamente sazonados de invitaciones deliberadas a la emulación y a la adoración del héroe, así como llenos de artilugios destinados a provocar repulsión. En todo caso sus efectos nunca fueron tan determinantes como lo fue la presencia del propio mago.
El sendero de la Apoteosis es solitario, difícil y peligroso. Un mago así debe representarlo todo para cualquier hombre o mujer. Tiene que estar continuamente dedicado a desafiar los límites de lo que es socialmente aceptable. Puede tener que recurrir a trucos para parecer que es lo suficientemente ancho como para albergar la totalidad de las expectativas de sus seguidores sobre él. Cualquier auténtica amistad le impide ejercer la función de su vida y habrá así pocos de sus allegados con los que pueda abrirse completamente. Recibirá pocos agradecimientos por sus esfuerzos de parte de la sociedad en general, tal vez sólo un respeto a regañadientes de aquellos con quienes entró en contacto. Las recompensas tangibles de este rol están limitadas a aquellos que forman el grupo de sus seguidores temporales. El mago de la Apoteosis debe estar siempre alerta para evitar las consecuencias no deseadas de su estilo de vida y de los que se han asociado a él. Tiene que estar siempre un paso por delante de la redada policial. A menudo llega a tener un mal final. Entre los magos notables que funcionaron de tal modo se encuentran Cagliostro, Giordano Bruno, Paracelso o Gurdjieff.
El mago de la Némesis es una figura escasa en el ambiente esotérico occidental. En Oriente su rol es mucho más común. Es el Buda histórico, con sus reglas y restricciones, que facilitan a los acólitos una nueva identidad a la que adherirse. Las reglas que atañen a la vestimenta, al sexo y a la dieta son particularmente efectivas. Tales sistemas son indispensables para el Hierofante en su incesante búsqueda de seguidores. Las complejidades de su sistema garantizan una enseñanza prolongada, y su ineficacia mágica asegura que pocos se atreverán a aventurarse por su cuenta. Sistemas así están diseñados para crear dependencia. Los nuevos acólitos son siempre bienvenidos en estos sistemas, no importa el potencial que tengan; porque, ante la ausencia de progreso mensurable, las simples cifras al menos indican cierta confirmación positiva.
La herejía y el cisma siempre amenazan el sistema y la posición del Hierofante. Ideales poco realistas y medios inefectivos de alcanzarlos siempre despertarán crítica e intentos de revisionismo. Pero si el Hierofante consigue evitarlos, puede esperar amplias recompensas de sus seguidores, la comercialización lucrativa de su sistema y puede que hasta la deificación póstuma.
Los magos Hierofantes con frecuencia copian los sistemas de predecesores. El mago de la Apoteosis y el mago de la Némesis raramente tienen sucesores directos, mientras que los Hierofantes suelen convertir su trabajo en un sistema. Los pseudo-magos abundan en gran número. No parece adecuado mencionar ejemplos vivos, porque mientras hay vida hay esperanza de cambio; pero Blavatsky, MacGregor Mathers, Dion Fortune y Franz Bardon son ejemplos de pasados Hierofantes.
Hay un test sencillo para distinguir el mago auténtico del Hierofante. El mago falso nunca es capaz de dar una explicación simple y coherente de lo que sus enseñanzas se supone que consiguen. Sus explicaciones son invariablemente verborreas y concatenaciones tautológicas de conceptos indefinibles.
Una multitud de mezquinos Hierofantes celebra su festín sobre los restos del trabajo de Crowley, sin buscar desarrollarse ellos mismos o a sus seguidores. Sin embargo, los trabajos de Austin Spare siempre se han resistido a la sistematización y a la adhesión incondicional, porque dejó poco que se pudiera convertir en dogma. Así Crowley y Spare ejemplifican la paradoja a la que se enfrenta el mago genuino: Hablar y ser malinterpretado, o guardar silencio y ser ignorado. La mayoría, parece ser, ha elegido hablar, sabiendo que los trucos del Hierofante son un medio indispensable, pero que esos trucos al final oscurecerán el propio mensaje. La esperanza es lograr alcanzar algunas mentes mientras tanto.
Tanto la Apoteosis de la Identidad
Como la Némesis de la Identidad
Harán que el Kia se eleve
Pero la promulgación engendra sistematización
Y la Apoteosis de la Identidad de cualquier otro
es de idiotas.
© Peter Carroll
© de la traducción española Miguel AlgOl
1 comentario:
Buena traducción maestro.
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