"Es la música que hay en nuestra conciencia, el baile que hay en nuestro espíritu,
lo que no quiere armonizar con ninguna letanía puritana, con ningún sermón moral..."
(Nietzsche: Más allá del bien y del mal, 216)


Los pensamientos que muerden



Fotografía: Wendy Rufino (México)
"Desgarraduras: Confesionario"
Extraño que nos jactemos como seres humanos de creernos la única especie que piensa, dada la dolorosa relación que solemos mantener con nuestros pensamientos. Cuando en los días tristes elegimos contemplar la vida como una memoria nebulosa de desdichas y sinsabores, deberíamos tener la suficiente lucidez para darnos cuenta de que la mayoría de los sufrimientos experimentados ocurrieron exclusivamente en el plano de nuestra vida mental, de cráneo para adentro, mucho más que en el terreno de los acontecimientos "reales". Son los pensamientos los que nos han causado las principales y más desgarradoras heridas que hemos acumulado a lo largo de nuestra existencia, los que nos han dejado tal vez las peores cicatrices. En la mayoría de los casos, si se nos veía desde fuera, no nos pasaba nada; mientras que vistos desde dentro sufríamos tanto... Nuestra memoria trágica de la vida debería ser entonces la memoria del daño que mediante el pensamiento nos hemos infligido a nosotros mismos.

Pensar no es fácil, por eso tanta gente lo ve como un "esfuerzo". Y pensar, en muchos casos, duele. Pero creo que hay dos tipos de dolor de pensamiento, tan opuestos en sus efectos sobre la vida que no convendría confundirlos. Hay un dolor como reto y un dolor como castigo. Está el dolor de las heridas de la lucha, el dolor de tantear las afiladas defensas de la muralla que vamos a tomar. Este dolor sin duda vale la pena, sin él la vida sería sólo la estéril pecera de confort que nos promete la publicidad, donde esperan un día flotar tan a gusto todos los imbéciles. Y está también el otro dolor: Un dolor sin propósito para la vida, sin objetivo más allá, que termina en él mismo y por lo tanto nunca se queda atrás. Un dolor que sólo se enrosca, se adhiere y clava los dientes, girando sin fin en nuestra cabeza como un mantra abominable. ¿Cómo se llama este dolor insidioso que sólo sabe morder? Lo revela claramente su mismo nombre: Remordimiento.

Los curas de toda sotana recomiendan encarecidamente el dolor que muerde. Lo llaman "responsabilidad", seriedad con nosotros mismos, "conciencia"... Saben que con él quedamos inermes, temblorosos, derrotados, suplicantes de un poco de paz y perdón. Luchad contra vuestros pensamientos de culpa sin fin: Los dioses que os reemplazan como dueños de vuestras vidas os muerden siempre desde dentro. 



Miguel AlgOl

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