Meister Eckhart
Lo que llamamos tiempo es una forma de explicación del Caos, la verdadera y grandiosa realidad de la existencia. Una argucia mental para conjurarlo, para encontrar a toda costa algún tipo de "orden" en él. El tiempo es una creencia que intenta convencerse a sí misma de que es posible ordenar el Caos (una evidente contradicción en los términos) e imagina este orden en la secuencialidad, en la dosificación, en los acontecimientos dispuestos (percibidos) en fila india. Lo insoportable del Caos es su carácter de inmensa tromba incesante, abrumadora y simultaneamente contradictoria.
La Tempestad ha sido siempre la mejor representación de la existencia, por ello ha habido tantos grandes cultos a las tormentas y a sus personificaciones en las sociedades antiguas. Cultos que no estaban inspirados, como se nos dice hoy, en un temor atávico a los truenos y los rayos, sino en la valentía de la vida como lucha y desafío, como derecho a la propia voluntad en medio de las colosales fuerzas del Caos. Los dioses antiguos de las tormentas también eran siempre los dioses de la guerra.
La ideología del tiempo cercena el Caos en "acontecimientos" separados y autónomos, y los distribuye sobre una línea imaginaria: pretende encontrar partes aisladas en la tempestad e ir "explicándolas" por su lugar relativo en esa línea. La palabra "ordenar" significa asignar un orden y también ante todo poner las cosas en hilera. La fila parece conferir por sí misma supuestas relaciones entre las cosas: "primero", "segundo", "antes" y "después" deben querer decir algo... En el consuelo del tiempo no hay tromba ni contradicción en el Caos porque no "sucede a la vez". La contradicción inherente a toda manifestación del Caos se convierte en "causa" y "efecto": la convivencia permanente del placer y el dolor en la existencia, por ejemplo, se intenta explicar así. "Causa" y "efecto": un terreno abonado para todo tipo de charlatanes, y especialmente para la especie más retorcida y desvergonzada de ellos, los sacerdotes. Sufriste como "pago" por haber gozado, sufriste "después" de haber gozado...
El tiempo es una explicación de la realidad que aprendemos en cada sociedad, al mismo tiempo que aprendemos sus leyes. No todas las sociedades tienen entonces la misma concepción del tiempo, como saben los antropólogos y los historiadores. El tiempo puede ser un viaje circular, un "eterno retorno" o, en su versión más odiosa, una línea que sólo va en una dirección y que nunca puede volver a encontrarse a sí misma, como en la formulación judeocristiana. Huyendo de las terribles fuerzas simultáneas del Caos, el hombre cristiano entra en la cárcel estrechísima y larguísima de la línea del tiempo, prisionero ya para siempre del "pasado" y del "futuro", y de las supuestas relaciones de causalidad que los vinculan y que atizan entusiasmados los sacerdotes de todo pelo.
El tiempo es una explicación de la realidad que aprendemos "hasta que vemos el mundo de esa forma", como diría Castaneda. Que es un proceso de aprendizaje social, de domesticación, se puede percibir en la forma tan diferente de experimentar las vivencias de los niños y de los adultos. Desde la perspectiva del tiempo, los acontecimientos placenteros de los niños son inmensos, una tarde de juegos es infinita. Pero los escasos acontecimientos placenteros de los adultos -cuanto más adultos peor- son rápidos, fugaces, siempre están ya terminando; siempre, mientras suceden, se oye de fondo picar con los nudillos el después y sus obligaciones. Sin duda el reloj de pulsera es el grillete del esclavo moderno.
Como un lejano gemido de la Vida, amante incestuosa del Caos, irrumpe de vez en cuando en los humanos modernos un visceral anhelo de eternidad. Una salida de la cárcel del tiempo respetando la concepción aprendida del tiempo, al menos en la mayoría de los casos. Por ello se imagina como una prolongación desmesurada de la propia vida en la línea del tiempo, esperando llegar hasta su mismísimo final y descubrir tal vez allí una puerta de salida. La eternidad en este sentido es poder recorrer mucho, "siempre", la dimensión larga de la celda del tiempo. Pero si decides seguir creyendo en el tiempo lineal judeocristiano, tu "eternidad" sería un absurdo: no haría falta recordarte que tu decrepitud aumentaría inimaginablemente con los siglos. Así el creyente en el tiempo lineal que anhela ser "eterno" necesita una fábula más que añadir a la de su "inmortalidad": la de que la evolución de su organismo se detendría en una edad determinada, preferiblemente en la que estaba más fuerte y más guapo, mientras el resto del mundo seguiría cambiando. Demasiadas fábulas por respetar la visión del tiempo lineal, queriendo ser "eterno" dentro de ella: Más sencillo y más real alcanzar la eternidad saliéndose del tiempo.
Salirse del tiempo es volver a la simultaneidad de las tempestades del Caos, que nunca debimos dejar de aceptar. En el lenguaje del tiempo lineal esto quiere decir quedarse eternamente en el presente. El presente es la única porción de ese "tiempo" verdaderamente real, el nombre con que han denominado y enmascarado la realidad los partidarios del mito de la existencia en hilera. Que el presente es lo único real puedes comprobarlo en cualquier situación: decide hacer algo en presente y podrás hacerlo realmente. Pero decide hacer algo en lo que llamas "pasado": es imposible ya. Y decide hacer algo en el futuro: quién sabe si llegarás a hacerlo... Fuera de la ideología del tiempo lineal lo único que existe es un inmenso y eterno presente: Siempre estás y estarás en presente. El pasado y el futuro son procesos mentales, pensamientos desde el presente. Un "recuerdo" sigue siendo un tipo más de pensamiento, aunque pretendas anclarlo a algún tipo de "objetividad" con tu juego del tiempo. La prueba de esto es que los recuerdos cambian con tu estado de ánimo actual, como cambia cualquier otra imagen mental que inventes. Las memorias que escribe un anciano no son testimonios fidedignos de lo que pasó durante su vida: son sólo cómo ve el mundo un anciano usando como pretexto otras partes de su vida.
El tiempo lineal no explica nada sobre el Caos: el Caos es contradictorio e imprevisible, resiste todas las explicaciones. Los acontecimientos del Caos no vienen en fila india, ordenados por su "importancia", su conexión "moral" o cualquier otro sentido que quieras darle a la secuencialidad con que los pretendes distribuir. El presente es la verdadera vida, llena de infinitas posibilidades, y el pasado y el futuro sólo fantasmas mentales que en el modelo judeocristiano vienen a paralizar esas posibilidades. Mediante la "mala conciencia" el fantasma del pasado, mediante el "miedo a las consecuencias" el fantasma del futuro.
Vivir en la conciencia de un presente permanente es ya vivir en la eternidad. Un presente sin cortapisas de lo que tienes que pagar por tu pasado o de lo que podrías tener que pagar en el futuro si optas por el deseo "incorrecto". Tendrías que liberarte, si quieres ser verdaderamente eterno, de la mentira de los sacerdotes de que "mañana" te pasará cuentas por "hoy". "Mañana" tendrás oportunidades y dificultades inesperadas que no tendrán nada que ver con tu comportamiento hoy. No hay ningún Gordo de la Estratosfera que te castiga por tu osadía ni te recompensa por tu docilidad, ni "después" de la muerte y ni siquiera "después" de esta noche. Tampoco hay "karma"... Así pues actúa como quieras y te atrevas en la eternidad de la que ya disfrutas y que llamas presente, no hipoteques nada para "mañana", porque "mañana" y "ayer" realmente no existen. Es sólo la amargura de una vida del "no hacer", una vida desperdiciando el inmenso presente, la que nos empuja a soñar con futuros privados interminables, en los que lo único que se acabaría eternizando sería nuestra propia insatisfacción de hoy.
Miguel AlgOl
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