Un relato de la Roma gótica
En los sótanos del Vaticano, tal vez el lugar más inquietante del mundo, hay escondidos muchos secretos. El rebaño no debe saberlos nunca, o se lanzaría en tromba contra las vallas del redil. Entre los secretos mejor vigilados —la guardia suiza tiene órdenes de comprobar los candados de su cofre cada noche— está este: El Mundo se mueve por la Voluntad.
El problema de los grandes secretos es que irradian al exterior, como piedras de polonio. Por muy bien que se oculten, algo de ellos sale siempre del escondrijo y se expande en el ambiente. El secreto de la relación entre el Mundo y la Voluntad estuvo pronto en boca de la gente de Roma, apenas unos días después de llegar el misterioso cofre al subsuelo de San Pedro. Fue necesario fabricar urgentemente una versión equívoca de ese secreto, y así evitar que acabara conociéndose en toda su magnitud. Los Estados Pontificios ya habían usado antes esta artimaña con éxito ante un par de sublevaciones. Así se le contó a la gente de Roma, que percibía claramente en el aire de la tarde cierta interesante relación entre el Mundo y la Voluntad, la historia que titularon a toda prisa Los designios de Dios.
Ya que no podía ocultarse, la historia de Los designios de Dios, que apareció como folletín gratuito, enmascaraba y desfiguraba el secreto. Comenzaba por aceptar, sí, que la Voluntad movía al Mundo —esto ya desgraciadamente era de dominio público— pero hacía a continuación una extraña finta lógica, muy de teólogos, y negaba que fuera la Voluntad de los seres con Voluntad... (Sé que os parecerá de locos, pero es que no tenéis trato con teólogos.) Esta historia contaba que la única Voluntad que podía cambiar el Mundo era exclusivamente la Voluntad de un fantasma. Naturalmente la del fantasma favorito de los curas; me refiero al famoso gordo de la estratosfera: "Dios". Limpiamente la cosa era así reconducida de nuevo hacia la impotencia del rebaño. ¡Cómo hubieran preferido los sacerdotes que nadie imaginara que el Mundo podía modificarse por la Voluntad...! Pero ya que eso era imposible por las malditas emanaciones, por lo menos debía aceptarse que había varias voluntades, que la de los miembros del rebaño era de un tipo completamente inoperante, y que sólo la Voluntad de un ser etéreo del más allá estaba capacitada para actuar sobre el Mundo de verdad. Sólo la Voluntad de aquel espectro sagrado era algo más que una hermosa esperanza, algo más que un sueño, como eran las impotentes voluntades de los hombres reales. Sólo ella tenía capacidad de hacer.
La historia de la Voluntad del fantasma despertó sospechas desde el primer momento entre los habitantes de Roma, no se hablaba de otra cosa en las plazas. Porque decía la gente, por ejemplo, que el fantasma parecía enviar de pronto terribles desdichas a sus más fieles seguidores, o permitía espantosos actos de crueldad contra los inocentes, y tantas y tantas otras cosas que resultaban completamente incongruentes con la existencia de cualquier Voluntad, y mucho más con una supuesta "Supervoluntad". O la Voluntad del fantasma parecía no seguir ningún patrón, o sencillamente el fantasma mismo no existía.
Los rumores llegaron a oídos de los guardias suizos que andaban disfrazados de borrachos por las tabernas, y fue necesario fabricar con cierta celeridad una explicación adicional, un apéndice que apareció en la segunda edición de Los designios de Dios. Comenzaba el Vaticano este cuadernillo disculpándose por haber olvidado decir una cosa importante: que esos designios sagrados los hombres del rebaño no podían comprenderlos. "Los designios de Dios son inescrutables", declararon, con su afición por las palabras trabalenguas, que impresionan más a los humildes. Continuaba explicando la publicación que era tanta la distancia entre los pobres y minúsculos seres reales y el gigantesco fantasma de más allá de las nubes —omnipotente, omnisciente y omnicastigante— que los seres vivos simplemente no podían comprender su lógica, y por ello les parecía absurda. Pero lógica había ¡y fantasma desde luego también! En último caso —terminaba el texto— era una cuestión de fe, es decir de autorrepresión de la razón... Tuvieron que encender muchas piras, quemar muchos libros, amenazar a mucha gente de madrugada, para evitar el motín que estuvo a punto de estallar entre la población de Roma al conocerse la peregrina explicación.
Al final, por lo tanto, decían los más cínicos, la voluntad del fantasma viene a ser igual a la ausencia de cualquier Voluntad que cambie el Mundo, porque nadie puede esperar nada coherente de ella, por mucho que se le manden súplicas todas las noches. "Bueno, puede ser —dijeron algunos sacerdotes, tranquilos ya por saber la partida de la Voluntad ganada— mas una vez que hayáis muerto, veréis cómo se ponen las cosas en su sitio, y los obedientes serán recompensados, y los...". Pero la gente de Roma, tan vitalista, no encontraba consuelo en dejar al Mundo sin su fogosa amante la Voluntad, y en tener que esperar a ser cadáver para comprenderlo todo.
Miguel AlgOl
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